Más que almas habría que decir momentos. Y es que la fotografía tiene ese encanto de coger un instante de tiempo del universo y dejarlo plasmado por y para siempre.

Todo sucede de una manera muy curiosa, como no podría ser de otra manera. Primero ves algo que te llama la atención (atención llamada de cualquier manera, desde porque te guste a que te haga gracia o todo lo contrario) y sacas tu máquina y entonces aprietas el botón…

El resultado puede ser muy diferente en función de la habilidad de cada uno, del entorno, de la suerte, de la máquina, etc., pero lo importante es que un pedazo de realidad se ha vuelto totalmente insensible al tiempo. Es decir, ese bosque que has fotografiado podría arder algún día y dejar de existir, pero ahí ha quedado, o esa persona que has fotografiado y que ya no está en este lado del mundo y aun la sigues viendo.

Y es que ampliando, llegado al momento en que la propia fotografía puede deformar la realidad mostrando puntos de vista que no son los habituales, viendo así que ante la misma “verdad” tenemos multitud de puntos de vista.

Realmente es una cosa extraña.